No pienso en el muro que divide
gris y circunspecto
cuidado por una caseta brillante y fría.
Pienso más en el muro que no se ve
cortado por el aire del espanto
de quienes caminan por una cuerda floja
en cualquier calle céntrica o periférica.
En el muro que las repeticiones seriales
de las bocas y los gestos construyen:
lo que lleva al vértigo del sudor oscuro,
lo que castiga por definición moldeada,
lo que renuncia a tumbar este hormigón de almas.
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