Me llevo un dedo a la boca:
tanteo el abismo amarillento
de los dientes soportando
el hierro dulce o la prisa
del penúltimo café.
Lo que queda ahora
no da para sonrisa tipica
de publicidad en la tele.
Es más para el desfile
de miserias anunciadas
cuando me creía lozano
y mi rostro no era tan áspero.
Las cuentas se pagan
con estrías y sangrados
en efectivo -las costras pesan.
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