Las escaleras olían
no sólo a su madera
carcomida al azar.
Olían a cada salpicadura
de la cerveza que iba
de mano en mano o de boca en boca
como un líquido casi bautismal,
como lo que se mezclaba
inevitablemente
con la conversación de quienes pisaban
las escaleras de allí
y las de sus caminos
poéticos y sonoros
dando la espalda por un rato
a la ciudad gritona
e histérica.
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