Loado sea el momento
en que el vacío de la sala
o del vagón donde uno se encuentre
permite pensar que uno no elige el asiento marcado
sino el asiento lo elige a uno.
Cuento aparte es si ese lugar tiene perfume barato
o manchas de aceite de papas fritas
o rastros viscosos de una urgencia fornicatoria. Lo que importa
es dejarse caer en ese fragmento de soledad bien acolchada,
en ese paraíso aproximado que habrá de soportarme
mientras lea jeroglíficos
coma bolitas coloradas o mire mis zapatos rotos
como quien mira toda figura crepuscular
que no sabe (o no contesta)
sobre sus chances de repetir este bendito momento.
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