Darle vuelta a la idea del suicidio,
recordar siempre a los que consiguieron
borrarse en el horno o con una entrada
para el teatro en la chaqueta,
recordar que uno mismo planeó
el salto a las espinas de zinc
que esperan por la sangre de los malditos,
tener en cuenta la nebulosa argumental
donde no se sabe si el suicida
es un valiente dispuesto a despojarse
de una vida de fracasos estruendosos
y lágrimas densas
o es en su defecto un cobarde
incapaz de torcerle el brazo a su pena
o a su resentimiento, muchos
colados llegan y hablan tan sueltos
de cuerpo sobre el amor a la vida
y otras majamamas valóricas
sin acercarse al centro de la debacle,
pobres pájaros, trinan absurdamente,
tan actores de una vida absurda
que empaña sus vidrios hasta no ver
que otros se mueren porque no aguantan más,
que están hartos como yo de este ruido.
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