Visto está que al que juega con fuego
se le chamusca hasta el piñén
mientras camina sin saber
lo que saben quienes compraban huevos:
que su armazón vaciada del riego
sanguíneo va marchitándose -su tren
superior e inferior se unen al desdén,
al arco saturado del desapego
donde titila como pieza de lego
la poca lucidez, la luz de andén
rodeada por las moscas del ayer
que huelen mejor que nadie el triste luego
o el borrable mañana. Ruego
a usted que el fuego no le dé
temario para repetir el dibujo cruel
del jugador del que se habla. No niego
que hasta a mí me duele ese fuego.
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