Se suele decir que las excusas
-las malas, esas figuras truncas-
agravan la falta, que la colocan
ante los ojos del populacho
como un coágulo hediondo
de un rojo vivo indeseable. De allí
puede venir entonces
la existencia del excusado: un rincón
al que van a parar los restos de miles de intentos
de cristalizar la gracia, escenas
en que por cualquier motivo
eso se triza y las palabras
chorrean inconsistencia, olor
a morgue anticipada. Huyan,
si no afinan sus argumentos
serán los próximos en alimentar al coágulo.
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