Lo nuestro, traza de señas
y palabras que incomodan
al promedio del promedio (esa caricatura
que nació para regalar las peores risas),
ha llegado a una forma consolidada,
a algo que para recibir
su certificación
pide a gritos y jadeos más que sólo
una medalla de oro postizo
o un galvano rococó
o un diploma con sello de agua insegura:
lo nuestro merece la hoja seca y áspera
con sello de aguarrás, con un beso
de veneno como el nuestro,
la marca arácnida que obligue a estos patanes
a mirarnos a los ojos
y que dejen de babear con los hologramas
de los ídolos con pies de plasticina
que se hunden.
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