Mi cabeza ardía mientras el suelo frío seguía su curso,
mientras no crecían las matas ni cantaban los pájaros,
mientras el ábaco que dictaba las migajas a repartir
se volvía cada vez más cruel. Los hilos
de mi cabeza explotaban sin encontrar una respuesta,
cercenaban mi ansiedad por conectar esta escarcha con las proyecciones
de los analistas en la radio. No se entiende. Si mi cabeza cae
lo más seguro es que la pateen como a un balón de fútbol.
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