el reloj céntrico se derrite confundiendo a los transeúntes
que quieren saber qué hora es, mientras cuentan la plata para
sus gastos habituales. los palillos del reloj ya perdieron fuerza,
se vuelven palos que se rompen con el paso de los caminantes
que perdieron la brújula, que han llegado a pasar a llevar
sin encontrar más que su ruina como apéndice de una ruina mayor.
y después queda el olor a quemado del reloj derretido,
de la temperatura urbana
sin salvación posible.
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