Ayer la bandeja de latón usada por los mendigos
de aquel peladero
fue la sede oficial de las llamas más vivas, esas formas
que iban y venían entre el naranja y el amarillo
dejando espacio nulo para la duda: al pan duro y a
la carne regalada desde la carnicería vecina
los recibían como los invitados que no pueden pasar de largo,
como lo que crece en cada momento puntual, venciendo
al triste marco de piñén y óxido
que amenaza hasta empotrarse en ellos.
Hoy la bandeja de latón amaneció llena del agua acumulada
de la lluvia más reciente, el asedio goteante sobre el suelo
vulnerable, eso que si viniera solo no habría problema pero
se agregan los granizos rebeldes y los relámpagos
que en su camino botaron el letrero de cerveza
y mataron a dos perros y cuatro gatos
que no habían comido hace semanas;
en medio de todo aquello se daba el naufragio de la bandeja,
la anulación feroz del calor y la chamusquina
que reforzaba cada experiencia y les ayudaba
a pensar menos en esos días pasados en los que
les llegaron piedrazos, palos, cuchillos, astillas de monstruos
cuyo aspecto es más común del que se cree.
Mañana la bandeja de latón será
el recuerdo más vivo,
eso si los que los conocieron
deciden conservarla
-a menos
que la indiferencia tamaño familiar
la instale sin apelación posible
en el camión de la basura.
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