Un perro pasa y mea, pero su orina
no cae de manera insulsa sobre el muro
de ese edificio donde ayer se firmó
un nuevo acuerdo que vuelve a validar
otro ajuste entre pera y bigote
(seguramente con varios botellones
de tintolio y del otro): esa estela
de pichí será el camino a seguir
para los otros perros rabiosos,
sin importar si son negros,
blancos, cafés o verdes,
la línea húmeda amarillenta
sobre el pavimento que será testigo
en muchas ocasiones más de los ladridos
más estridentes que van a retumbar
en la conciencia de los que quieren
que todo siga igual de miserable.
O por lo menos a los firmantes
les molestará el olor a meado.
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