No pienso en lo que se piensa. No
en esas tablas viejas que existían
mucho antes que yo. No en los
instrumentos que miden presión,
ardor, aplausos o palmaditas
virtuales y más allá. No en
Dios como papeleta valórica
al uso ni en la Familia
(nótese la fétida mayúscula)
como figura unitaria que salva
al barrabás de turno. No pienso
en lo que se piensa, en el halo
santón o jipi o donativo. Pienso
en la tela de cebolla tan llorona
que quiero horadar, en el bloque
de cartón piedra que no es castillo
ni fortaleza y merece ser pateado
por Cantona o Alexis. Este pasillo
salpica incertidumbre. Trabo
el pensar vulgar, lo tuerzo,
luego no existo o lo hago a contramano.
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