El vestido floreado fue sólo
el celofán de tela justo
para tu intención de volcarte
y revolcarte colorada
como un tomate que pide
a gritos ser pellizcado
a susurros ser saboreado
y a ruidos indescriptibles
ser lo que explote con sus jugos
mientras tus ojos se remarcan
como los más dulces y obscenos
que cualquiera podría mirar
sin pestañear firme ante
el huracán de piel y lengua
que olvida el vestido floreado
y el color del sillón
pero no olvida sacudirse
diabla colorada incesante.
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