Pasar un pelo de muchacha por un vaso
de alcohol a 100 grados, dejarlo que mute
hasta ser un hilo conductor en medio
de la poca cordura, amarrar con él
dos hojas fugadas de un árbol estricto,
que esas hojas escriban su deseo,
que vuele y caiga en manos de la muchacha
para que abandone el alcohol de 100 grados
y se vista de anhelo burbujeante.
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