Crecí pasando mis días en un lugar
que tenía pegado un mensaje: Esta puerta se abre
para Dios. Pero en verdad ningún Dios llegaba
sino otros seres: un Carlos gásfiter, un Pablo
para pintar, un Jaime por lo del techo, un Luis
arreglando las ventanas. Ese Dios no venía
y sin embargo lo esperaban mientras el viento
del abismo laceraba esa puerta, el sabor amargo y gris
de lo decidido en cúpulas. La puerta abierta sangra.
La espera es un enigma.
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