La única ventana de la casa de la señora Lopetegui
no está allí para oxigenar nada
ni para ser quien permita
la llegada de la luz del sol en el refugio
(incluyendo sus sillas, mesas y aparatos).
La única ventana presente
está allí en el piso de arriba, redonda
e intrincada, apuntando
a las otras casas a las calles cercanas
a lo que dicen y callan desde los bordes
que siguen con sus vidas tristes y miserables
mientras la señora Lopetegui
(señora enseñoreada de plumas ridículas)
los mira y se ríe y se burla.
En medio de su rutina parasitaria
bebe un espumante de burbujas ácidas y picudas
y no se da cuenta de que el rímel y el labial se le corren
y no se da cuenta
de que su teatrillo algún día se caerá a pedazos
y tal vez la tortilla se dará vuelta
y otra señora que llegará
desde otro reino exagerado
(puesta de joyas y ribetes, de colores intraducibles)
la mirará burlándose, puesto que
la burladora no tendrá una saga eterna
y le tocará
ser burlada.
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