Que tu mano derecha sepa
lo que hace la izquierda
ya es algo que no es ningún misterio.
Tampoco lo es que ambas manos
tantean una piel que exhibe
llagas endurecidas y rincones
por los que han pasado
dagas espinosas o puños
representando la miseria intolerante
-la más común por desgracia,
la más reiterada como un loop canallesco.
Lo que desconocen
las manos, los brazos, los ojos torcidos,
la cabeza seca y los pies en vinagre
es el espesor de la tierra final,
la clase de gusanos predispuestos
y si para entonces la solemnidad
en torno a sí
tendrá sentido.
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