No existe peor pesadilla
que la de ver en medio
de la noche más cruda
o del día como fogón inclemente
a quien sonríe como si nada;
cosa de notar que su boca extendida
más parece una llaga densa,
una mezcla de sangre y pus
-costra del terror curtida
en pasillos, cuartos y patios traseros,
boca que intenta buscar
el fulgor de la alegría
pero por motivos imprecisos
se la arrebataron.
Será que me asusta
y me da asco porque de algún modo
su boca me remite al calvario
que yo viví, la expansión feroz
de esa pesadilla.
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