Recuperando un envoltorio de chocolate
que estaba en medio de un libro de frágil papel roneo
(antigüedad constituye grado de desgaste)
vuelves a recordar el día que la espera en el parque
la trajo de casualidad, la revistió soleada
y decía bobadas tiernas, armaba castillos
con el soplo del viento y con lo que llegase
y puso entre sus dientes ese mismo
envoltorio del chocolate que me comí, celofán
babeado sin vergüenza que ella me deja
al igual que una hilera de besos
que vaya a saber por qué no se repitió
ni en el futuro más cercano
ni en el hondo tramo de estos otoños confusos.
El celofán que conservaba el viejo libro
todavía no pierde su colorido,
todavía
huele a dulzor y a baba melosa y fresca.
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