Ya no inventamos la rueda, es cierto,
pero al menos déjennos la voluntad
de dejarla romboide, con aristas,
que sea como un anillo
con partes blandas vibrantes
y otras duras, cristalinas de tan densas
que casi hieren. La voluntad del giro
que en sus 10.000 vueltas alrededor
del almacén o de los monumentos
consigue remecer, tocar hojas, árboles
y otras voluntades vestidas
de verde amniótico o rojo umbilical.
De las muchas vueltas
generadas por las ruedas ignoradas
(sea o no por fallas de fábrica)
nacerán otros movimientos,
trayectorias espinadas o tiernas
que más de uno agradecerá
de corazón.
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