Fuiste tan buena anfitriona
que no fue necesario un palacio
de luces y cristales pulidos
para cumplir con tu recepción;
bastó con el mimbre y los maderos
que recibían los pocos rayos, con
un cielorraso levemente carcomido,
con un algo entre los vasos
a punto de trizarse o los platos
sobrevivientes de vaya a saber
qué batalla áspera; bastó
con el roce de tu mano que supo
poner en mi corazón con llagas su
dulce fibra, con tu ser que es
cuerpo intenso vivo encima
de mi piel que se eriza más allá
de los pelos o la lubricación al uso,
fuiste eso que creía extinto en el aire
o en las vitrinas; anfitriona,
ceremoniala de ojos precisos,
a ver si me repito contigo.
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