Me gusta jugar mal mis cartas. Me gusta
releer el mensaje que quedó en la pared
donde mis mugreríos y mis chicles fueron
anticipando el desastre. Me gusta contarle
a todo aquel que cruza que últimamente
he votado por gente que no gana
con tal de abandonar la mala costumbre
de estar donde el sol calienta -y al cabo
el sol no calienta tanto sino
los rayos fugaces que esconde la luna
o la bruma nocturna imperdonable
donde me perdí tratando de llegar a esa Julieta
que es la dueña de una colección de vidrios rotos
y hace bien en rechazarme. Me gusta
odiar mi nombre de cuna
y mi sombra de niño bueno
que da paso a la forma
de un bicho que juega mal sus cartas.
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