Todo mal chiste tiene la apariencia
de un nacido muerto,
cubiertas sus extremidades
de un líquido fétido, más penetrante
que el cloro.
Sólo que a diferencia
de los fetos usuales estos intentan
patalear y mover las manitos un rato
cuando aparecen,
y luego mueren
dejando una estela de asco que retumba
en la conciencia de quienes esperan
engendrar querubines en forma
de salidas respetables.
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