Podríamos hablar de José Luis Rosasco como un personaje que participó en el viejo espacio de UCV TV Tertulia, como un partidario de la dictadura pinochetista o como el padre de Lulú, jovencita que condujo programas de videoclips y formó parte de Todo Chile Baila (el prolegómeno del aburrido LA FIESTA DE CHILE que pasa los jueves Chilevisión). O derechamente apuntar a sus obras literarias, siendo las más populares novelas para adolescentes, lecturas obligatorias en muchos colegios: DÓNDE ESTÁS, CONSTANZA... (1981) y FRANCISCA, YO TE AMO (1988).
Pero en esta ocasión propongo revisar otro libro rosasquiano, menos conocido mas de todos modos digno de leerse. SANDRA Y LA QUE VINO DEL MAR (Sudamericana, Colección Joven, 1993) lleva a su autor a plasmar un registro más erótico, sin perder esa prosa sentimental que se lee sin problemas. Transcurre en el pueblo de Playanza, al cual llega Octavio, un escritor mayorcito que repasa sus recuerdos de infancia y adolescencia mientras tiene un encuentro con una mujer misteriosa llamada Viterba Viterbus, cuya presencia mágica hará a Octavio sacar afuera sus incertidumbres y confidencias, al punto que él manifiesta: En tan pocos días se me han neutralizado las tensiones y la visión del porvenir no me depara desasosiego sino una paz de gran consistencia. Ese encuentro con aquella "que vino del mar" queda como un elemento oxigenador para que él, al momento de reencontrarse con su esposa Sandra, se sienta más a gusto, y diga junto a ella: La diferencia entre la realidad y la fantasía es sobremanera irrelevante. Otros highlights de esta novelita nos llevan al taller de bicicletas de un maestro que pegaba fotos de tetonas (observación que lleva a Octavio a obsesionarse con los senos de gran tamaño), al voyerismo en una caseta (la diferencia positiva que hace un leve hoyito), al recuerdo bizarro de una sobremaquillada Baby Face (que de guagua no tenía nada), a la sombra de La Que No Fue rondando en la mente o a cuando Octavio se queda dormido en la playa, siendo despertado por la radio de un jovencito que escuchaba hip hop. Con un cuadro de René Magritte sobre la tapa amarilla, SANDRA Y LA QUE VINO DEL MAR es un ejercicio narrativo que merece revisitarse, con la brisa del propio mar y del cariño muy vivas, por no hablar del pipí de Sandra.
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