Me sentaba con ellas a comer
a mediodía poseído
por un aire amargo un no saber
por qué estaba allí y no seguía
mirando los colores girando a
velocidad retorcida en ese
lugar incierto ni los cubiertos
lograban hacerme entrar en
el ánimo del almuerzo
tuve que esperar décadas
para saber que eso me pasaba
por tener un perno oxidado
en mi mente armada a discreción
en un taller amniótico
cargado de aire idiotizante
del que cualquiera arranca.
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