Ese bebedero ya devino vomitadero
cuando en pleno festejo de rayos indefinidos
uno que puso su boca
en un líquido azul claro
quedó con el amargor fijo y soltó
gargajos y espesuras viscerales
que parecían apocalípticas. Falta que
la autoridad de turno lo clausure
para evitar que más beban el residuo
de un espanto que corroe las baldosas.
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