Cualquier disputa
territorial
debería tener como punto de partida
la caquita del perro
que llegó allí
sin ser de ninguna parte.
Su color marrón escandaloso
dejaría ver los rincones del conflicto,
eso que con los diálogos avanzados
llegará a ser verde, a tener pétalos
y a convocar a una mesa donde
el perro ya sea de un barrio
pero igual le dé la patita
a los otros presentes.
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