Lo que se vacía para no llenarse más
come de nuestros pasos
por una calle antes conocida por esos árboles
o esas fuentes brillosas
cuya agua tenía mucho sentido, se anida
a base de picotones
que siempre buscaron este desastre.
Es como
un pozo disecado que marca las horas
sin gota alguna. No queda
más que abandonar
aunque algunos trapos de nuestra era cromada
quedarán como hijos de otras lágrimas,
las de quienes intentarán
llenar eso que se ve muerto.
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