Ya no tragamos cualquier cosa, ni
el relámpago untado con margarina
ni las uvas a punto de explotar
ni las luces de neón inauguradas
por un señor fruncido. Ya no
vamos a entregar nuestros
cinco sentidos o los que
sean a un aire o un soplo
que no tenga raigambre terrenal
mezclada con agua hirviendo
o aceite comestible. Las cocinerías
no pueden montarse a partir
de supuestos
que no se comprueban
en pupitres gastados
con historia.
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