Bienaventurados
los que borran con la mano
el desastre de muchos canallas
y reescriben con el codo y las rodillas
esa historia trunca que le da
consistencia al relato: cada parte
coloca una grafía puntuda
y deforme, incluso
pone letras a punto de ahogarse
en la tinta
pero
ayudan más que las construcciones
tecnificadas de cartón, las manos
doctoradas y diplomadas en el arte
de hacer el ridículo. Así el reino
de los cielos deja de ser un giro
de mala poesía.
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