Del desmadre hemos salido muchos pataleando
con un alarido primario revelador. Del despadre
algunos sacando pecho de entrada queriendo
la papilla como fuese, usando los códigos
intolerantes: por fuera dominantes por dentro faltos
de ese pétalo afectivo, de esa lágrima que debiese humectar
los gestos en el ars vitae. El desmadre llega con su tela
mucho más atenta y nos inserta el paracaídas
junto a la vibración de los abrazos.
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