para Cata Paz, compañera de ubicación en el concierto, pelolais fabulosa
JOHNNY FLYNN + THE YOUNG KNIVES
Galpón Industria Cultural
sábado 11 de octubre
La primera piedra de lo que pretende Transgressive Records al promocionar a sus artistas, con el apoyo correspondiente del Consulado Británico, en nuestro país, ha sido puesta con un show cuya convocatoria se efectuó vía inscripción en la web.
Quien salió primero al escenario de un galpón que, si no me equivoco, perteneció a la fábrica de Sal Lobos, fue Johnny Flynn, muchacho ataviado con una camisa a cuadros, completamente solo con su guitarra electroacústica, haciendo un country folk sin decaimientos, apreciado por las palmas del respetable que lo apoyó, incluso cuando gastó unos minutos afinando sus cuerdas, lo cual no le impidió ir por la opción del slide más inspirado. Fue tan sencillo que su lista de temas la llevaba en el pantalón, como si fuera una boleta de almacén. Si se lo topara el Doctor Maturana de JAZZ, BLUES Y MÁS..., quedaría fascinado.
Respecto a The Young Knives, diré que este trío de Ashby-de-la-Zouch, formado por los hermanos Henry (voz y guitarra) y Thomas Dartnall (voz y bajo), más la batería de Oliver Askew, dio cuenta desde la partida con "Terra firma", parte del reciente disco SUPERABUNDANCE, de un post punk incansable, sacudiente, con gancho melódico y resoluciones de cariz arty (marchando hacia la disonancia), sumando un toque humorístico que se prolongaba en los diálogos de los hermanitos. En esos trajes de caballeros responsables se traslució una muestra máxima de que todavía se prolonga el vigor en el rock inglés actual, una línea saltarina y dinámica que otros paladines como Bloc Party y Maxïmo Park han cruzado dignamente, y parece que The Young Knives no están lejos de morder la torta del reconocimento aún mayor (ojo: ya desde VOICES OF ANIMALS AND MEN (2006), The Guardian les ha aclamado); que me hayan hecho saltar y cabecear al borde de la tarima en plena saturday night es algo tan concreto como estas palabras. Menciónese como datos particulares: 1) el esmero de un roadie, que merecería el mote de pokemón -a juzgar por su calzoncillo asomándose-, por ajustar un micrófono a un parlante en reiteradas ocasiones; y 2) parte del piso se movía un poco al acercarse Henry, lo que me hacía temer que se rompiera. Realmente con esto sí se rompe cualquier resistencia, y todavía es posible dar una vuelta de tuerca a los guitarrazos post-setenteros.
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