Dominga Siete se llamaba
la muchacha que cruzaba
los rincones más duros;
la muy picarona sabía
que el que se quedara
con ella encontraría
su día perfecto, su
numeral aceitado rumbo
a algo muy único. Algunos
decían que la Dominga Siete
era más bien una sombra,
un espejismo vago,
un número inalcanzable.
Ponerse de acuerdo daba igual.
Pillar a la Dominga
era lo deseado,
esa cuerpa
iba como un fantasma
oliendo a su profundidad salada.
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