La pelota no se mancha, su recorrido
vertiginoso tampoco si alguna vez
esa redondez pulida corrió sorprendiendo
a muchos que pronunciaban
el apellido Maradona como un hilo inconsciente
y contagioso. Sus yerros fuera de campo son otro asunto.
El número 10 ya es la cima cósmica reconocible,
la fe en un balón, la conquista popular
de una vida que en este coliseo terrenal se clausura
y en el de otra dimensión se abre al mayor recuerdo.
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