Observo el ir y venir de la multitud
desde mi cáscara solitaria, las costuras polimorfas,
los músculos enseñados en el frescor, las cabelleras
tornasoladas o de un gris plata,
los estilos de baile morenos,
los abrazos de corte amistoso
o los enlaces besucones que después
tendrán secuela corpórea
más intensa. Hay detalles perceptibles
y otros más milimétricos
que me resultan incómodos, redundantes,
absurdos o vacíos al punto que creo
que fundamentan mi refugio refractario
en esta soledad solemne invadida
por rayos casuales. Pero al fin y al cabo
sé que no puedo renegar de la multitud:
sus huellas son necesarias, sus miradas
la suma de otras soledades más complejas,
sus voces la música que valida el latido del mundo.
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