Decían que había un millón doscientos
sobre el asfalto de Santiago gris
llamando a revisar el infeliz
estado de las cosas -peso muerto.
Decían que sus ecos en el viento
hacían sonar gritos de un matiz
firme y rabioso; lúdico el tamiz
desafiaba ese conformismo tuerto.
Otras veces las cifras se equivocan.
En esta no, porque los de este baile
no sobran sino buscan que lo digno
sea costumbre, aliento en estas bocas
que luchan para que no falte aire,
para que el peso no sea único signo.
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