Eduardo Bonvallet solia repetir en sus comentarios algo que se suele decir en los terrenos de la sicología y la siquiatría: a la hora de estudiar el comportamiento de cada individuo no existe la categoría de los "normales". En estricto rigor son tres tipos de personas los que habitualmente se abordan: los neuróticos, los que poseen trastornos de personalidad (el caso de la escritora Marcela del Sol) y los locos. Chile ha tenido una mala fama como nación que ningunea a todo aquel que tenga un trastorno siquiátrico de cualquier tipo: los meten en el mismo saco, los discriminan, los miran feo como si fueran ratas o cobayas de laboratorio y a la hora de insultarlos les gritan "tai cagao e la caeza, tómate las pastillas, anda al siquiatra, te vamos a internar en el open door" y demás lindezas, como si ellos hubieran elegido nacer así. No señor. A los locos no les perdonan nada, pero a los corruptos, a los abusadores, a los que les pegan a sus mujeres sí. Y no se entiende ni mierda. La culpa en primera instancia puede ser de la genética, jamás de Dios. Él no se equivoca, como lo cantaba Lady Gaga en "Born this way" (y pobre con el hueveta que me salga citando a Arjona con eso de que a veces Dios tambíén se equivoca, porque la sesión primitiva de chuchadas no será en vano).
Por lo mismo, hablar de la locura en una película aparentemente liviana como NO ESTOY LOCA (2018. D: Nicolás López) es un desafío importante. Más si quien la escribió y la dirigió pudo vivir lo que es tener una madre con depresión, y tuvo que consumir fármacos para tratar sus propias crisis. Esto se presenta como la segunda parte de la saga MUJERES CONTRA EL MUNDO, cuya primera pata fue SIN FILTRO (2016), producción de buen nivel en cualquier caso. Es otra peli de López si atendemos esos detalles que conforman su sello de autor, al decir de Joaquín Sabina: la intromisión de marcas (una compañía telefónica, otra de autos, una revista de papel couché, y así vamos), las tomas aéreas (que incluso fueron emuladas con acierto en la telenovela Preciosas), los diálogos disparatados (ese donde se ríen en el mismo párrafo de Osho e Isha)... Pero en realidad esto es mucho más que otra peli del que puso a Ariel Levy como protagonista en la trilogía de QUÉ PENA TU VIDA (2010), QUÉ PENA TU BODA (2011) y QUÉ PENA TU FAMILIA (2013), donde lo mismo encontramos a Andrea Velasco (se quedó en Nueva York, y ojalá se digne a sacar más música, porque su EP Piñata (2015) nos dejó con ganas de más). Esta es la historia de Carolina, encarnada por Paz Bascuñán (Pía en SIN FILTRO), una periodista que lleva 8 años casada con Fernando (Marcial Tagle), con quien siempre postergó el deseo de tener hijos. Llegado su cumpleaños, tras un fiestón donde se tomó hasta el agua del florero y se tiró a la piscina, fue al doctor, quien le dijo que ella es infértil, noticia que la empezó por derrumbar, y en un bar el propio Fernando le confiesa que le es infiel con su mejor amiga, la esotérica Maite (Fernanda Urrejola), y para más remate esta traidora está esperando una guagua suya. Carolina se toma una botella de vino, llora a más no poder y se intenta suicidar tirándose de la azotea. Despierta en un siquiátrico pagado en el que la metió el propio gorrero, y de allí en adelante viene una serie de situaciones a medio camino entre lo jajajeante, lo epatante y lo conmovedor: vemos especímenes como un contador auditor que dice que necesita usar un chip en el cerebro, un chiflado que se cree pastor de la Iglesia Universal de Dios, una flaite que le huele los sobacos a sus compañeros y que dice que los suyos huelen a piña, otra que perdió a su hija en un accidente y canta "Yo tengo un amigo que me ama", una rubiecita a la que le dejan pasar whisky a condición que un enfermero la mire desnuda en la ducha... Y es todo tan delirante que incluso el doctor que dirige este Edén (así se llama) y la enfermera principal, papel que Carolina Paulsen hace muy bien, también están de patio. La capacidad que tiene el capo de la productora Sobras de humanizar a sus personajes en esta pasada es realmente bárbara. Uno mismo pasa en dos horas aproximadamente de la atención neutra a la risa, de la risa a la estupefacción, de la estupefacción a casi el llanto, de casi el llanto a reírse más fuerte, de reírse más fuerte a la calma reflexiva, de la calma reflexiva a la rabia (cuando Carolina le grita maraca culiá a Maite todos nos ponemos en su lugar) y de allí a la reflexión más pura y sonriente, cuando después de no querer aceptarlo ella reconoce que está loca y que puede ser feliz sin hijos y no tiene para qué hacerle caso en todo todo a su madre (Gaby Hernández alargando su actual buen racha tras lo de la teleserie Pituca sin Lucas). Todos estamos a un paso de la locura, si es que no dentro de ella. Otros que aportan su granito de arena en esta historia: Ramón Llao como el del chip, Antonia Zegers (Silvia) con su optimismo evangelizante, la modelo Jose Cisternas como la borderline sexona Lorenza (esa polera que dice Bacán tu mierda me huele a chiste ácido a costa de Gepe, ¿no?) y un casi irreconocible Ariel Levy como el terapeuta que los hace bailar reggaetón, con una de Croni-K de fondo. NO ESTOY LOCA debe ser lo mejor que ha sido capaz de ensamblar López en su camino cinemático, superando el batatazo de QUÉ PENA TU VIDA y con la claridad para ignorar a los chaqueteros que viven tirándole huevos podridos a sus esfuerzos respetables por hacer cine comercial. Ver este largo ayuda incluso a quererse un poco más a uno mismo. Mejor que diez libros insufribles de Pilar Sordo o todo lo que diga Pedro Engel. Dos cosas para terminar: esa moraleja que decía Silvia, La mejor venganza es ser feliz, suena a título de canción de R.E.M. ("Living well is the best revenge"), lo cual es todavía más digno. Y nunca se olviden que todo puede oler a... ¡piña! ¡Piña! ¡PIÑA! ¡PIÑA!
¡Piña!
¡Piña!
¡PIÑA!
P.D.: Igual espero la reseña de los muchachos de Críticas QLS, para echar la talla.
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