Las cotas celestiales son imperceptibles
por culpa del humo factorial, por culpa de
las bocinas alharacas, por culpa
de la absurda culpa que sentimos
los inestables de corazón, cuando
una casualidad nos deja pésimo
y nos obliga a abrazar una mortaja
de aire viciado en su naturalidad. Las cotas
celestiales se echan de menos hasta
en el parpadeo nocturno, hasta en la
cucharada sopera que vibra por encima
del pasto trivial. Los pájaros
al menos ya aprendieron a habitar su cielo
gestando sus mimbres y picando
salvajemente. El nuestro, empedrado
y vitriólico, de titulares y suplentes, se desmorona
irresponsablemente día a día
en cada frontera dominada
por la cerda ambición.
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