Este octubre no es cualquier octubre.
Este octubre nos pilla todavía con el COVID-19 presente. Aunque muchos lugares avanzan hacia el reestablecimiento de sus actividades corrientes, los números acechan, y la incertidumbre es moneda común para quienes critican el manejo medial del Gobierno.
Este octubre avanza hacia un aniversario significativo: el de ese 18 que fue el inicio del estallido social, esas manifestaciones que mostraron que ese malestar nuestro no era un lema de utilería. La rabia estaba allí, por un lado con esas marchas llenas de gente en buena lid, y por el otro lado el vandalismo injustificado (eso que el oficialismo se esmera en poner por delante, metiendo todo en un deleznable saco roto) y algo muchísimo peor como la represión salvaje de funcionarios de Carabineros, quienes se han aprovechado de su uniforme para agredir a jóvenes que no estaban con ánimo de dañar. En medio de todo esto, la contracultura popular logró derrotar a la agenda setting, rebautizando simbólicamente el sector de Plaza Italia o Plaza Baquedano como Plaza de la Dignidad, e instalando en el imaginario común la figura de la Primera Línea, a la Tía Pikachu y la historia del perrito Negro Matapacos, un animal fallecido que vivía en la azotea de la Universidad de Santiago, y solía encarar a los pacos presentes.
Tras todo ese clima intenso se firmó un acuerdo entre partidos políticos que dio pie al anuncio de la realización de un Plebiscito, el cual se haría el 26 de abril, pero por la emergencia sanitaria se corrió para el 25 de octubre, la fecha definitiva de un acto sufragista que nos permitirá empezar el camino hacia una nueva Constitución que invalide la de 1980, esa que lleva la firma del dictador Augusto Pinochet. No es una payasada. No es un capricho de la oposición a Piñera. No es un volador de luces ante el avance de la pobreza y la cesantía que, válgame Dios, siguen siendo asuntos que atender. Es un momento decisivo en el que no nos podemos hacer los tontos ni los sordos, ni debemos dejar que nos laven el cerebro con promesas ancladas en el reformismo gatopardista. Ni Ricardo Lagos Escobar con las modificaciones hechas a mediados de los 00 pudo hacer que la Constitución pinochetista tuviera otro sabor. Como decían Led Zeppelin, la canción sigue siendo la misma, la desigualdad sigue allí aunque la vieja Concertación, fuera de su división entre autocomplacientes y autoflagelantes, haya arreglado el naipe un poco, y nunca hemos sido un oasis, ni jaguares. En los 90 el consumismo nos tenía embobados. Y ya está bueno que no sólo lo material nos importe: el alma de este pueblo herido merece otro rumbo. Yo tengo mi opción clara, y me subiré a esa micro, la 25-O, mirando ansioso para llegar a mi destino, el de muchos: la dignidad misma.
Este octubre, YO APRUEBO.
Y el lápiz con el que marque será más digno que nunca.
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