por el polvo y el agua enturbiada
(allí donde el sabor de las apuestas
es más amargo y lacera más allá
de la piel). Eso que trazo cruelmente
se ablanda cuando me redibujas,
cuando una lámpara reconocible
viene a mí con tus ojos cegadores,
saca el hierro y lo revuelve,
colorea hasta el peso del sudor.
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