O sea, pasa un año más de mi vida, que me pilla en el esfuerzo de compartir junto a lo verde, trabajándolo. No es lo que buscaba, pero si me corresponde le haré frente.
Le estoy dando vueltas a una hipótesis: de los 27 años que tengo tal vez he vivido 17. Los primeros diez serían una marcha blanca confusa, tanto como explicar por qué los juguetes se me quedaban debajo de la cama o el closet. Las experiencias, por nombrar ese conjunto de circunstancias, más recordadas, serán las de los noventa, que no han de ser reuniones ni merodeos en discotecas. He sido un idiota solitario, tevito, aunque algo leía y no me rendía ante los deberes escolares, salvo los trabajos manuales, territorio de torpeza. Hablarme de esa reducción me serviría para cotejar una experiencia breve pero sabrosa que tuve en el pasado septiembre. O tal vez no. No quiero estar todo el tiempo analizando, porque si nos metemos en ese bosque la conclusión más sencilla sería: hay que suicidarse. El instinto suicida cunde mejor cuando uno vive más y los químicos no se entrometen.
Raro, raro andar, impuro
Y TAL VEZ SEA LARGO, JOHNNY.
PASA Y SOPLA.
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