Hay algo burdo en quien ocupa
ese asiento del tren. Aunque
su cuerpo viaja en una posición
neutra, con los brazos cruzados,
los ojos sin salir de sus órbitas
y los zapatos duros y brillosos,
en su boca cerrada murmura
el zumbido de abejas conspiranoicas,
la mordiente de quien cada vez controla menos
sus secreciones desesperadas, sean o no
delatadas por sus pantalones sicópatas.
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