Las peponas son más reales que las barbis:
les tocó ser hechas con trapos viejos
creciendo en un sector marginal
donde la belleza de la mujer real
siempre
ha estado amenazada
por el machismo malparido
que las ve como trapos de usar y tirar.
Las barbis
nunca
conocieron tal suerte:
iban apapachadas de antemano,
protegidas por su aura plástica
de chicas perfectas
pero huecas por dentro.
La imperfección ha de ganar
por goleada.
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