La conexión de la enredadera con el hastío que sucede al fin del deseo
llega a ser tan venenosa que la sientes en los pelos de arriba y de abajo,
un acorde que otros no quisieran tocar
porque esperan siempre estar del lado de los ganadores.
Las espinas pueden ser más y más dolorosas a diario,
el líquido verdoso del malditismo, del jardín que crece a fuer de ser la escenografía
del fracaso, del querer-y-no-poder por norma
que se aloja en tu mirada perdida
como una sucesión bastarda de legañas. No trates
de podar los brotes ni de deshojar nada:
ya eres una planta seca que no merece agua.
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