Todos tienen derecho a llorar en este planeta
(incluso aquellos que fueron verdugos)
pero de todos modos hay algo que me perturba sobremanera
al caminar por cada rincón: la abundancia
de propios y ajenos que derraman litros
y litros de lágrimas
escuchando tonadillas sufrientes que
(y aquí me acuerdo de Lihn agonizando)
no tienen nada que ver con el verdadero dolor.
Exageraciones alargadas, todas envueltas
en el celofán de la belleza plástica, notas de piano
sin sangre, estética estática y estítica
corrompida por el facilismo de la corriente "toma tu dinero y corre",
la versión falsa del valle lachrimae de otros tiempos.
El exceso de esa cebolla caramelizada
es tan terrible o más que otros desmadres opíparos
dejando a muchos sin saber distinguir
cuándo se sufre y cuándo se exagera. Ya sabe:
cuando venga a servirme algo
no le ponga ni de rebote ese ingrediente.
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