Aquí la cosa no es decir
la espada o la pared:
peor dicho es
la espada o la espada
o
la pared o la pared.
Nuestra piel está
tan endurecida que cualquiera
de los dos escenarios resulta
un descalabro.
No se asoma
ni un trozo de pasto
ni mucho menos
un chorro de agua fresca.
Caminando por la línea que arde
sin la menor provocación
ya sabemos que un trozo de cal
o adobe
nos puede golpear fácil
o que la punta de la espada
espera abrillantada por completo
rajar nuestra piel o cruzar
la miseria (no elegida) de nuestro rostro.
Puede llegar en cualquier instante
el helicóptero junto con los pétalos
dignos, pero
¿quién te asegura que cuando arriben
no estaremos muertos o convertidos en humanoides?
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