Insistir en llamar "mesa de trabajo"
a esta cosa cuadrada con patas
que ocupo para redactar o podar lo que
escupo en el blancor de la hoja
resulta un poco pretencioso o le queda
grande a la precariedad desde la cual
se emiten estas señales, se
fermentan descuadradas.
Por más que uno mismo deje la vida
o sus lecturas vagas de la muerte
encima de ella, no soy digno
de que estas letras salgan a la luz
como moscardones premium o pulgas
nacidas de otra suciedad desconocida;
no soy digno de andar pavoneándome
ni de creer que esto mío puede ser
el súmmum de la iluminación
ni el envasado supremo del azar
cuando se hace carne y oro
y un capítulo especial de una historia
mayúscula. La tricota tan nombrada
no viene al caso, no va al punto, no
puede cegarme ni enloquecerme.
¿Para qué tanto ceremonial?
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