Muy a menudo piensa:
este poema no va
a ninguna parte
y arruga la hoja
y la bota al tiesto muy confiado
de que eso fue una pérdida de tiempo.
Mas en otras ocasiones
esa afirmación
alcanza una dimensión distinta
donde lo que no va a ninguna parte
-al menos cuando empieza-
se dirige a alguna parte
a fuerza de empujar las sílabas en el tablero
de cambiarlas
de enrevesarlas sin miedo
para que esa deconstrucción
acabe en palacio de mármol
o en castillo de arena fortalecida-
la gracia
está en no conocer el final
para evitar frustrarse gratuitamente.
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