14 mayo, 2007

CAJA MALDITA: por qué Cuánto Vale el Show cojea en el cero siete

Para los que tenemos buena menoria, CUÁNTO VALE EL SHOW (Chilevisión, miércoles 22:00) es un programa de televisión con historia, forjada desde cuando lo animaba Alejandro Chávez en los postreros setentas y los iniciales 80´s, regresando en 1990. Leo Caprile tomó la conducción aquél 1994 (¿se acuerdan del escote de Marcela Osorio y las mandarinas del poeta Erick Pohlhammer?), y al año siguiente Lucho Jara se hizo presente. Repite a posteriori Caprile en 2002 y justo este año. La gran diferencia con las temporadas anteriores es que ya no se transmite diariamente en la semana hábil; ahora sólo ocupa una noche estelar. El calibre de los participantes es tan variado como se espera, y ya han desfilado dobles, raperos, malabaristas, cantantes -en sólo 2 minutos-... Leo sostiene la amenidad que le conocemos, tanto con quienes concursan como con el jurado, compuesto por cuatro personas. De años anteriores sólo sobrevive Ítalo Passalacqua, crítico de espectáculos que sólo merece pifias (de hecho, el público se las entrega) por poco creíble. Los demás: Pamela Díaz, supuesta diva en estos días de farándula dura; Rip Keller, un curioso hombre que asomó su cabeza hace tiempo junto a Samy Benmayor en Canal 13, y hoy se sorprende con cada cosa, sorprendiéndonos también; y el mejor jurado de todos, Rodrigo Guendelman, ya fogueado antes en Radio Zero, Las Últimas Noticias y como panelista de Pasiones (TVN), autor único hasta el momento de cierto gesto como los de Lafourcade y Pohlhammer, al regalar un CD de Frank Sinatra a un muchacho que cantó "New York, New York", y que parecía más Michael Bublé que La Voz. Lo peor de esta versión cero siete de esto: 1) recién cuando van 80 minutos de programa hay pausa -ni en Viva el Lunes se excedían tanto-; 2) eso de que uno de los jurados oculte la cantidad a dar (de cero peso a $50.000) es incómoda herencia de otros espacios (Rojo, Locos por el Baile, los mismos realities); 3) la poca interacción del conductor con la orquesta, como cuando estaban Parquímetro, Cara de Tetera Turca y otros tirando tallas del tipo ¡allá oye!; y 4) el suspenso en la entrega de los resultados que hace que los últimos bloques sean aburridos, otro signo de los vientos frívolos para mal que soplan en los televisores. A este show le falta ser más fiel a sí mismo y no actualizarse tanto.

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